dijous, 26 de maig del 2011

UNA NEVERA PARA ISLANDIA

(dedicat a Laia i Horacio)
Llegaba a la plaza pensando en sentarme en el suelo,  imaginando alguna propuesta atractiva y agrupando otras, también interesantes, pero repetidas. También pensé en  alguna que pudiera ser verdaderamente  estrambótica. Clasifiqué  las utópicas en realizables, intentables e imposibles, poniendo fecha a las primeras, medios a las segundas y sueños a las terceras. Me quedaban solas las que además de ser de dificultosa comprensión, eran pírricas y  tenían utilidad cero o incluso menos algo, estas eran, sin duda las más divertidas y las más elaboradas.

Ya en la plaza, me acerqué a un amigo con el que comparto, junto a un par de docenas más de personas, el feo vicio de comer verduras ecológicas, que compramos a sus productores directamente, en un grupo de consumo.
Le dije que había visto en AcampadaPalma que hacía falta una nevera y que yo tenía una que no utilizaba, me presentó a la gente que estaba en la cocina y les volví a exponer que tenía una nevera, una furgoneta para llevarla y que necesitaba a alguien que me ayudará. Un chaval, con la ll argentina, me dejó aparcado unos instantes y luego me preguntó si lo que necesitaba era una mano. Le contesté que lo que necesitaba eran por lo menos cuatro manos y sus correspondientes piernas. Me concretó –un momento- dio unos pasos, yo le seguía errático, encontró a su compañera, le explicó, intercambiamos unas palabras y nos dirigimos hacia la furgoneta. Les fui preguntando sobre las dos últimas jornadas y ellos me  explicaron. Llegamos a casa, despejamos el camino, preparamos la nevera y la acondicionamos en la furgoneta. El joven se metió detrás para controlar la nevera y la puerta y por que era el único sitio en el que podía ir, puesto que el asiento del acompañante fue para la chica y el del conductor, obviamente, para mí. Bajamos a Palma en unos minutos, descargamos y aparqué. La Cocina dio un aplauso y me ofrecieron agua y un plato de comer, sólo acepté una par de trozos de pan con sobrasada y el agua; estaba sediento, acalorado y un poco acelerado. No me esperaba que la asamblea se transformara en una misión.

Una de las causas del agobio tenía origen en unas cuantas llamadas perdidas y en los intentos vanos de comunicarme con un amigo con el que había quedado en la plaza. Nos encontramos y nos dirigimos a un bar cercano, en cuyo cuarto de baño solvente el otro factor importante de mi leve alteración. Con una cerveza fresquita en una mesa volví, por completo a la normalidad. Eso sí, cuando nos dirigimos a la Asamblea, esta había acabado y los acampados, poco menos, se estaban poniendo el pijama; con lo cual optamos por la charla.

Acabamos comparando la misión de la nevera con lo que debe sentir un hincha de cualquier equipo y todo el desfile de hormonas que le ocasionan los eventos deportivos. A mí  me resultan indiferentes el color de las camisetas, la situación del balón y el cronómetro del árbitro, pero disfruté hasta las trancas de la jugada en la que había participado. Volví hacia casa, reflexionando sobre los mirlos blancos y los diferentes estupefacientes que nos proporcionan a los súbditos, desde el tiempo de los romanos hasta la actualidad.

Yuso, mayo 2011

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